Víctimas del
hambre y las ganas de superación
Por Elvira Luna Pineda
En un país
como México en donde casi la mitad de la población vive en la pobreza es fácil,
muy fácil verdaderamente para los criminales sin escrúpulos, reclutar a niños,
niñas, adolescentes e incluso a mujeres -mayoriatamente-, en víctimas de trata
de personas, convirtiéndolos en esclavos de criminales que los condenan a la
denigración y a la explotación. ¿Qué tiene que ver la pobreza con un delito tan
perverso como la trata de personas. Analicemos.
Los
tratantes –mujeres y hombres- realizan diversas acciones para reclutar a sus
víctimas. El enganche de mujeres, niños y niñas para trata de personas y
explotación sexual se realizan desde reclutamiento en internet, utilizando las
redes sociales con perfiles falsos para acercarse a jovencitas, llegando
incluso hasta el noviazgo o matrimonio para cumplir su cometido.
La
desaparición de mujeres, niñas y niños está altamente relacionada con este
cruel delito. La migración hace que miles de personas cada año, se coloque en
condiciones de vulnerabilidad para ser víctima de trata de personas. Este
delito deja tantas ganancias económicas a los criminales, que sólo es
comparable con el tráfico de drogas y de armas. La pobreza, la desigualdad, la
falta de oportunidades hacen que cada año miles de mujeres, niñas y niños
caigan en las redes criminales.
De acuerdo
con documentos y publicaciones emitidas por la Organización Internacional para
las Migraciones, “niños y niñas son
engañados, vendidos, coaccionados o sometidos a condiciones semejantes a la
esclavitud bajo distintas formas y en diversos sectores: construcción, maquila,
agricultura, servicio doméstico, prostitución, pornografía, turismo sexual,
matrimonios serviles, niños soldados, tráfico de órganos, venta de niños, entre
otros, siendo las mujeres, las niñas y los niños el sector más vulnerable”.
“Me llamo
Gris, tengo 10 años y soy adicta a la piedra. Nací en una comunidad muy pobre
de Veracruz, y un día, un señor me jaló y me llevó a un burdel, en
Coatzacoalcos, Veracruz. Ahí, éramos como 40 niñas, entre 8 y 12 años. Llegaban
señores algunos de traje, otros con overol o camisas beige y un escudito, y nos
obligaban a sentarnos en sus piernas,…” Este testimonio es de una víctima de
trata rescatada por la Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas
para America Latina y el Caribe (CATWLAC), y publicado en el Diagnóstico de las
Condiciones de Vulnerabilidad que propician la Trata de Personas en México,
editado por la Comisión Nacional de Derechos Humanos y el Centro de Estudios e
Investigación en Desarrollo y Asistencia Social A.C.
El
testimonio de Gris continua: “…Como no queríamos, y nos dolía, nos obligaban a
inhalar piedra. La dueña nos arreglaba, y cada vez que llegaba uno o varios
clientes, nos despertaban, nos hacían inhalar y nos sacaban a la sala, para que
los señores escogieran. Les cobraban 500 pesos a cada uno. Teníamos que atender
como a diez señores cada una. Y cuando ya no pensábamos y se nos escurría la
baba, nos echaban a la calle, como basura, y traían nuevas niñas. La dueña,
tenía un jefe, que nunca supe cómo se llamaba, pero que también le pegaba muy
fuerte. Cuando iba le pedía el dinero y le gritaba que era una pendeja. Un día
llegó la policía y nos rescató. Nos llevaron a un hotel y ahí nos estaba
esperando personal de la Coalición, nos ayudaron mucho. Buscaron a nuestras
familias, y a muchas se las llevaron a un hospital.
Me acuerdo
que una de mis compañeras, una que le decían la Chiquis, se metió a bañar, y
pasaban y pasaban las horas, y se seguía restregando con el sácate. Y por más
que le decían que ya estaba limpia que ya no se tallara, que se iba a sacar
sangre, seguía tallándose con mucha fuerza, y gritaba que se quería borrar todo
lo que esos viejos cochinos le habían hecho”.
Y así como
Gris, por miles se cuentan las trágicas historias de niños y niñas a quienes
les arrebataron su vida, enganchándolas por un empleo, por un noviazgo, o
simplemente privándolas de la libertad.
Siempre he
asegurado que este delito es el más perverso, ya que se aprovecha de la
pobreza, desigualdad o simplemente del amor, para esclavizar y denigrar a seres
humanos, aun cuando estos seres humanos sean niños y niñas.
Nos dieron
de comer, y ya luego llegaron y nos llevaron a todas a un albergue especial
para que pudiéramos aguantarnos cuando necesitábamos la piedra. Muchas de mis
compañeras ya no se pudieron recuperar, ni regresar con sus familias. Otras
aquí seguimos, tratando de recuperar nuestra infancia, nuestros sueños. Dice la
Psicóloga que tenemos que tener un proyecto de vida. Pero es bien difícil
olvidar lo que nos hicieron. Ya voy a la escuela, pero me cuesta mucho que me
toquen… Voy a seguir tratando de recuperar mi vida. Hoy, ya tengo 16 años y muy
pocas esperanzas y sueños…