Violencia y salas de parto.
Por Elvira Luna Pineda
La violencia
contra las mujeres constituye una de las más graves violaciones de los derechos
humanos. La Ley General de Acceso de las Mujeres a una vida Libre de Violencia
define a la violencia contra las mujeres como
“cualquier acción u omisión, basada en su género, que les cause daño o
sufrimiento psicológico, físico, patrimonial, económico, sexual o la muerte
tanto en el ámbito privado como en el público”. Dese mi opinión, una de las
innovaciones de esta importante ley ha sido además de conceptualizar los
diferentes tipos de violencia, incluir los ámbitos en los cuales se genera,
visibilizando el institucional y definiéndolo como aquellos “actos u omisiones
de las y los servidores públicos de cualquier orden de gobierno que discriminen
o tengan como fin dilatar, obstaculizar o impedir el goce y ejercicio de los
derechos humanos de las mujeres así como su acceso al disfrute de políticas
públicas destinadas a prevenir, atender, investigar, sancionar y erradicar los
diferentes tipos de violencia”. Fácil ha sido encontrar una gran cantidad de
casos de violencia institucional generada en el ámbito de la procuración de
justicia, en donde agentes, policías y diversidad de funcionarios (mujeres y
hombres) revictimizan y violentan a mujeres víctimas que denuncian algún hecho
de agresión, y lo que obtienen como respuesta es la pereza, la omisión y la falta
de voluntad para generar las acciones o medidas que faciliten el acceso a la
justicia. Sin embargo, hay otros ámbitos institucionales generadores de
violencia contra las mujeres que parecieran invisibles aun, estas son las salas
de parto. Diversos estudios han revelado un viejo problema con nuevas
evidencias, el maltrato a la mujer en los servicios de salud es una constante,
en particular en las áreas de gineco-obstetricia. Un artículo publicado por la
Comisión Nacional de Arbitraje Médico ha expuesto que “el abuso y la violencia
que se ejerce en contra de las mujeres en salas de maternidad es un problema de
salud pública y derechos humanos de larga historia que cada vez cobra mayor
interés en varios países, motivando la intervención legal”. A su vez, una
investigación realizada por el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias
de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), reveló que son
incontables las prácticas habituales y formas de abuso en las que incurre el
personal médico en las salas de parto, como ejemplo incluye los regaños,
humillaciones, alusiones a su vida sexual, conminaciones y colocación del
dispositivo intrauterino sin consentimiento. Este trabajo de investigación
científica-social realizado por la UNAM muestra que los médicos ya sean hombres
o mujeres, se dirigen a las pacientes en labor de parto con frases o bromas
como: “aguántate”, “así te gusto”, “antes abriste las piernas” o “claro que lo
haremos”, esta última expresión refiriéndose a la episiotomía -incisión
quirúrgica que permite ampliar la zona-, utilizando expresiones además como: “a
todas” o “de castigo”.
Risas, códigos
de comunicación entre médicos y enfermeras que ridiculizan la postura o
situación de la mujer en trabajo de parto, además de bromas que realiza el
personal médico en medio del parto y
delante de las madres, diciendo si a uno u otro médico se le han muerto más
niños al momento de nacer, son algunas de las agresiones y actos violentos
hacia las mujeres que los investigadores identificaron en los diferentes
testimonios, observaciones, entrevistas con grupos focales y recomendaciones
que sobre el tema han emitido la Comisión Nacional de Derechos Humanos y las
comisiones estatales.
En el estudio
realizado la UNAM señala que este grave problema además de ser ético, debe ser
redefinido con un enfoque sociológico, puntualizando que en muchas ocasiones
jurídicamente hablando los abusos si bien no trascienden en delitos o
negligencias, si materializan un hábito médico autoritario que colocan al
personal de salud en la línea invisible de violaciones a derechos humanos. Políticas
públicas en la materia, además de asignaturas ad hoc en las facultades de Medicina, podrían ser la pauta que
permita desnaturalizar estos usos y
prácticas institucionalizadas. ¿Qué se está haciendo ahora para eliminar la
violencia que parece no tener fin? Con la frase de Soledad Gallego-Díaz, nos leemos
la semana entrante: “Para combatir el antisemitismo no hace falta ser judío,
como para luchar contra el racismo no hace falta ser negro. Lamentablemente, a
veces parece que para combatir la discriminación de la mujer hace falta ser
mujer”.